Escrito al nacimiento de Magdalena, Febrero 2008.
De las sombras lloras, Magdalena,
el tiempo perdido en las aguas.
Entre los críos de la sala,
sólo tu llanto mella el silencio.
Siempre fuiste la envidia de los doce,
el secreto del conocimiento,
la fe de tu confianza te hizo sabia,
pionera de la palabra.
En la boca recibías el amor del primero,
y por la boca te mataron.
Que no te engañen, nenita,
tú traes la nueva estrella.
De las tres Marías, decía Felipe,
las tres eran una sola:
María la madre,
María la esposa,
María la hermana.
De las que tu madre es mi hermana,
Y de Magdala, la maestra,
una sola que conjura el olvido,
las otras respiran en silencio.
La materia te apresa, Magdalena.
Tu rostro amoratado, tus manos crispadas,
con la lengua afuera desdeñas
la luz de las diferencias.
Pequeña parvulita,
aferrada a la vida bebes del manantial de tu madre.
Hija de los dioses: dos botellas sangraron hoy en tu nombre.
Chiquita del mundo,
te aprontas a la existencia en lumbre.
Magdalena, a luz te he llamado
-aunque tus padres busquen la Trinidad-
Eres el arca de la Nueva Alianza,
en tu pecho cargas el dolor del tiempo y los silencios;
Sólo mi vientre hermano conoce tus padecimientos.
Te aferras a la vida, ciegamente,
chorreas energía en tus gritos.
Gimes, como ninguna,
eres la disconforme de la asamblea.
El chico de tu lado apenas se mueve,
pálido y tranquilo,
duerme.
Mi Magdalena;
tu ansiedad se condice con la intuición de tu hermano,
corría por los pasillos buscándote.
La ciudad le parecía un laberinto en tu ausencia,
las salas blanquecinas no llenaban su amor.
Amárrense juntos de las manos, sean muchos, sean miles.
Estrellas y sol en un mismo cielo,
Cosme te guiará en su halo creador.
Sean muchos, sean miles,
y sigan poblando de instantes y recuerdos,
éstas,
mis transidas negaciones.